Marnie

Alfred Hitchcock es el Shakespeare del cine, dijo el crítico Robin Wood hace más de cuarenta años y entonces, casi todo el mundo se echó las manos a la cabeza declarando que tal comparación era un sacrilegio. Hoy, Vértigo es, según los críticos, el mejor film de todos los tiempos. La comparación con Shakespeare me parece muy acertada.  Las películas de Hitchcock son una perfecta combinación de trama y psicología. Su capacidad para mostrar lo oculto, para hacernos sentir el estado de ánimo de sus protagonistas, para crear personajes memorables, tramas inquietantes y desenlaces inesperados es única. Lo mismo se puede decir de la obra dramática de Shakespeare, que en lo que se refiere a trama puede calificarse como el escritor más brutal y sanguinario de todos los tiempos.

Lo que esto quiere decir es que aunque se llamara de otra forma, lo que conocemos hoy como thriller, tiene algunos años. Pero como siempre ocurre hay thrillers y thrillers. Hasta hace pocos años el thriller era un subgénero que no merecía respeto. Que una película tuviera “plot”, o trama, era un signo que se relacionaba con el cine de entretenimiento y que estaba separado de lo que se consideraba cine serio. Pero lo cierto es que el tiempo pone a todo el mundo en su sitio y ahora Hitchcock es considerado uno de los mejores directores de cine de la historia. Quien tenga un interés serio en el cine no poseerá una visión completa del canon cinematográfico hasta que no conozca el trabajo de Hitchcock. Mucho de lo que hoy damos por sentado cuando vemos una película lo inventó él. Del mismo modo que mucho de lo que hoy leemos no sería posible sin Shakespeare.

Si uno no ha intentado nunca rodar una película, cuando vea una de Hitchcock le parecerá lo más natural del mundo adivinar los pensamientos del protagonista. Si lo ha intentado, sabrá lo extremadamente difícil que es siquiera expresar con coherencia los puntos básicos de una trama.

Como todos los genios, Hitchcock representa un antes y un después en la historia del cine. Comenzó a rodar películas cuando el cine era mudo y a pesar de que el paso de una forma de contar a otra debió ser difícil, cuando llegó el cine sonoro, Hitchcock dio el salto con bastante elegancia y soltura. La razón es que era un narrador nato. Cuando la revolución del sonido llegó, él ya sabía escoger la mejor imagen. Ya había aprendido que siempre existe una forma mejor que otra para hacer las cosas. Esa es una característica esencial de los genios, saben, reconocen con facilidad la mejor opción y la escogen.

Las películas de Hitchcock son un manual de genialidad, ser espectador de sus obras te aporta, aparte de placer, la sensación de haber aprendido algo, de haber sido testigo de algo extraordinario y único. Siempre que disfrutamos de una obra maestra, si somos capaces de apreciar todo lo que tiene que ofrecernos, claro está, experimentamos una satisfacción que está cercana a la comunión en el sentido más sagrado de la palabra.

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Las películas de Hitchcock son grandes dramas psicológicos, porque aunque la trama es siempre uno de los mayores atractivos, son los personajes quienes dominan la acción, los que captan nuestro interés. De hecho, muchas veces la trama o “plot” es simplemente un MacGuffin, una excusa para que los personajes actúen y muestren quienes y cómo son. De todas sus películas, la que veo más a menudo es Marnie. Como su título indica está centrada en este personaje, uno de los más complicados y atractivos de toda su filmografía. La película está basada en una novela de Winston Graham, un prolífico y exitoso escritor conocido por su saga de Poldark que la BBC emitió en los años setenta.

Marnie, protagonizada por Tippi Hedren, es psicología pura. Es, de hecho, un experimento psicológico que el co-protagonista, Mark Rutland, interpretado por Sean Connery, lleva a cabo con Marnie. En ninguna película he visto a Sean Connery interpretar un papel más atractivo y masculino. Mark Rutland es director de una editorial y ha quedado viudo recientemente. Pertenece a una familia adinerada y uno de sus intereses es la zoología. Lo primero que sabemos de Marnie es que ha robado una cantidad elevada de dinero en Strutt, una empresa que, luego descubrimos, tiene relaciones comerciales con la de Mark. Antes del robo, Mark visita las oficinas de Strutt y ve a Marnie, pero ella no se da cuenta ni sabe que Rutland es cliente de Strutt. Cuando después del robo y de desaparecer por un tiempo Marnie acepta un puesto de secretaria en la editorial, Mark se da cuenta de quién es y a pesar de todo decide contratarla.

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Desde el principio, el interés de Mark por Marnie es obsesivo y a la vez clínico. Ella es fría, distante, se sabe hermosa y domina la situación en todo momento porque no tiene intención de tener relaciones con nadie. Vive su vida apartada del mundo y no necesita, o cree que no necesita, a ningún hombre a su lado.

Un sábado por la mañana, Mark la llama a su despacho para que pase a máquina un texto sobre zoología. Toda esta escena es un maravilloso ejemplo de subtexto. Lo que se dice en la superficie no tiene nada que ver con el significado real. Marnie ve la foto de un jaguar en la mesa del despacho de Mark. Es Sophie” le dice Mark, un jaguar al que he entrenado. Marnie le pregunta qué le ha enseñado a hacer y Mark, que ya tiene planeada su estrategia, le dice que le ha entrenado para que confíe en él. ¿Sólo eso? pregunta Marnie. Para un jaguar, eso es mucho, contesta Mark, adivinando la naturaleza salvaje de Marnie y diciéndola sin que ella sea consciente, que eso es exactamente lo que pretende hacer con ella: enseñarla a confiar en él.

Desde el principio Mark está apelando al inconsciente de Marnie. Él la explica que antes de entrar en la editorial se dedicaba a la zoología y que aún trata de mantenerse activo en su campo de estudio. ¿Zoos? pregunta Marnie. Comportamiento instintivo, contesta Mark. Y añade que estudia a los depredadores, que son la clase criminal del mundo animal… Aunque Marnie no sabe todavía de qué está hablando, sospecha que bajo sus palabras se esconde un doble significado.

Marnie, a pesar de su indiferencia, seguridad e inteligencia tiene las de perder frente a Mark porque él sabe algo que ella no sabe y porque, como ocurre con el jaguar, a Mark le mueve el deseo de domar criaturas salvajes.

Mark tiene la oportunidad que esperaba minutos después. Es sábado y las oficinas están vacías. Fuera, las nubes se van cerniendo sobre ellos, oscureciendo el día. Cuando Marnie se sienta delante de la maquina de escribir, se desata la tormenta; un vendaval con truenos y relámpagos. En ese momento, toda la seguridad y la frialdad de Marnie desaparecen. Ante los relámpagos se queda petrificada de miedo. Su mirada distante se convierte en la de una niña desamparada, abre la boca para gritar de horror pero no puede. Mark, en vez de correr a ayudarla, la observa fríamente. Ahora es él quien mantiene la distancia, él quien controla la situación.

La rama de un árbol rompe un ventanal y el caos penetra en la habitación rompiendo un mueble lleno de figuras precolombinas, lo único que Mark guarda de su mujer muerta, que queda destruido al mismo tiempo que besa a Marnie, en un impulso irresistible. Marnie por su lado está tan aterrorizada que es incapaz de rechazarle. Dos ejemplos perfectos de ese comportamiento instintivo puestos en acción.

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Marnie desconoce lo más esencial de sí misma. Como muchos de los personajes de Hitchcock, tiene una relación conflictiva con su madre. Todos sus problemas psicológicos surgen de esa dependencia inevitable, que en su caso es además un pozo de insatisfacción y dolor, porque la madre es fría, la humilla, la rechaza. Marnie le pregunta por qué, pero la madre rehúye darle una contestación. Como si la respuesta fuera tan horrible que la madre prefiere mantener la distancia con su única hija y verla sufrir, antes que abordar la cuestión.

El misterio que rodea a Marnie es subyugante porque aunque en la superficie la vemos en control, siempre atenta y distanciada del resto, protegida por una capa de altivez e indiferencia, sabemos que algo terrible le ha ocurrido, algo que ni siquiera su refinada sagacidad puede sospechar. Marnie no sólo es una ladrona compulsiva, también detesta el contacto físico. No soporta que un hombre la toque. Cuando Mark, que está dispuesto a todo por estar con ella, se acerca demasiado, ella entra en estado catatónico. Así de terrible es su patología. Y así de profundo es el secreto que guarda en su memoria.

Marnie sólo sufre en sueños. Tiene pesadillas horribles que no la dejan descansar. En su inconsciente, el horror del pasado continua estando presente y cada noche la visita para torturarla. Por la mañana, o si se la despierta de una de esas pesadillas, sólo queda una leve angustia que la poderosa consciencia cubre de normalidad, como si nada hubiera pasado. Como si rechazar todo contacto físico fuera una elección consciente, como si robar fuera un hobby alegremente elegido.

Lo que Mark, con paciencia infinita, va descubriendo sobre ella habría echado para atrás a cualquier otro. Pero él no se rinde, espera y sigue investigando, la estudia, la atiende, cubre sus robos, se arriesga por ella hasta ponerse en riesgo a sí mismo, la cuida, la respeta, la quiere de verdad. Resiste y lucha hasta que descubre su secreto, el por qué de su trauma, de su miedo, de su incapacidad para dar y recibir amor…

Después de ese monumental descubrimiento, Marnie vuelve a postrarse ante su madre. Pero nada ha cambiado. Su madre la sigue evitando y ella se levanta, como tantas otras veces, como una niña rechazada. Sin embargo, esta vez Mark está ahí.  Él se coloca entre ellas dos, le acaricia el pelo y le da justo lo que ella necesita.

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 No quiero desvelar más, únicamente dar algunas claves y abrir el apetito. Sólo diré que la última escena, a simple vista inapreciable, es fascinante. Mark y Marnie atraviesan juntos la puerta de la calle. Marnie, ya curada, devuelta a la vida gracias al tesón y al amor infatigables de Mark, su salvador, le dice: Mark, no quiero ir a la cárcel, quiero quedarme contigo… Es sólo un detalle, pero el gesto de Mark es deslumbrante precisamente por su sobriedad. Es un gesto de indudable satisfacción, de segura masculinidad que denota que lo que ha ocurrido es una victoria con la que contaba. Esa escueta respuesta es elegancia pura. Es un triunfo para él, pero también para Marnie. Ha logrado domarla, hacerla confiar en él, sí, pero también la ha creado de nuevo. Marnie tiene una nueva vida, una nueva oportunidad gracias a Mark. La ha ido a buscar al Hades y ha regresado con ella a la vida. Y Marnie, que aborrecía a los hombres y su contacto, es redimida, liberada de su infierno, precisamente por todas esas cualidades que hacen hombre a un hombre: el instinto de protección, el afán de lucha, la inteligencia estratégica, la perseverancia activa, el deseo de conquistar. El deseo…

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